
Técnicas de autocontrol emocional
DEFINICIÓN DE AUTOCONTROL
Los primeros estudios sobre el autocontrol datan de los años sesenta del siglo pasado. En aquel momento se consideraba el autocontrol como un rasgo de personalidad sinónimo de fuerza de voluntad o autonomía del yo, permitiendo mostrar control sobre sus propios actos. No obstante, a partir de la aportación de Skinner (1953) donde se concibe el autocontrol como una conducta que puede aprenderse y que responde a influencias ambientales, el término comenzó a referirse a acciones de una persona en una situación específica, dejando atrás el autocontrol como rasgo de la personalidad. Los investigadores concluyeron, finalmente, que la característica fundamental del autocontrol es que el propio individuo sea el principal agente de su cambio de conducta.
La definición de cualquier concepto es difícil, ambiguo incluso. Sobre todo si nos adentramos en ciencias que no son puramente empíricas y que trabajan con el ser humano. Por eso, siguiendo a Mª Ángeles Ruíz Fernández (1985), se ha elegido la siguiente definición: “Una persona manifiesta autocontrol cuando en ausencia relativa de presiones externas o inmediatas ejecuta una conducta cuya probabilidad de ejecución era menor que la de conductas alternativas”. (Thoresen y Mahoney, 1974, p. 30)
Con esta definición se pueden extraer dos características del autocontrol:
1. La implicación de dos o más conductas distintas dentro del proceso
2. El carácter conflictivo de las consecuencias de cualquiera de las elecciones que el sujeto realice.
En toda situación de autocontrol nos encontramos con una conducta a modificar. Si existe una conducta a modificar debemos tener presentes, al menos, dos alternativas de ejecución, siempre en conflicto: una con alta probabilidad de ocurrencia y otra con bajas probabilidades. Lo que se pretende conseguir con el autocontrol es que la acción con bajas probabilidades se convierta en la acción que finalmente realice el sujeto.
Determinadas conductas presentan consecuencias negativas o desagradables de forma inmediata para el sujeto y, sin embargo, a largo plazo resultan beneficiosas. Otras, por el contrario, presentan consecuencias gratificantes de forma inmediata, pero se convierten en perjudiciales a largo plazo.
El objetivo del autocontrol es incrementar la probabilidad de la conducta de menor ocurrencia, aunque para ello se deba aumentar la tolerancia a la aversión y se deba aprender a retrasar los impulsos de satisfacción inmediata.
Veamos un ejemplo. Si una persona desea ponerse en forma física y ha decidido salir a correr para conseguir su objetivo, deberá realizar un esfuerzo físico que no es agradable al principio, presentando consecuencias perjudiciales inmediatamente: el cansancio, el sudor, la respiración y todo lo que conlleva hacer deporte. Sin embargo, si esa persona consigue autocontrolarse y corre a menudo, su salud se beneficiará enormemente, aunque esos resultados se verán en un período extendido en el tiempo. Por el contrario, si esa misma persona decide comer dulces de forma habitual porque le encantan, se producirán satisfacciones inmediatas, muy agradables para el sujeto, pero que, a la larga, podrían producir caries, obesidad o diabetes. Es decir, consecuencias perjudiciales a largo plazo.